Comentario
Estos monumentos de friso dórico no son sino una variante de un tipo de edificio funerario que tiene su origen en época prerromana y que alcanzan su mayor difusión durante el Imperio Romano: los monumentos turriformes.
El más antiguo de los conservados en la Península Ibérica es el de Cartagena que tradicionalmente se ha venido conociendo como la Torre Ciega, y que resulta al mismo tiempo el menos canónico de todos ellos. En el año 1598, un cartagenero, Francisco de Cascales, lo describió con prolijidad, y desde entonces ha despertado la atención de los investigadores. Nicolás de Montanaro la dibujó ya a principios del siglo XVIII. Poco a poco, y como testimonia una amplia serie de documentos de los siglos XVIII y XIX, el edificio se fue deteriorando, hasta llegar a amenazar ruina total a mediados del siglo XX, por lo que fue objeto, en los años 40, de un primer intento de consolidación a cargo de A. Beltrán, y de una obra ya más completa en los años 60, dirigida por Pedro Sanmartín.
Según lo que puede observarse en los dibujos y las descripciones antiguas, el monumento constaba de un basamento de tres hiladas de sillares, coronado por una moldura, sobre la que se alzaba el cuerpo principal, ligeramente retranqueado y coronado por otra moldura; el remate lo constituía un tronco de cono terminado en una semiesfera; lo más interesante de todo ello, aparte de la forma general del edificio, es el revestimiento que cubría tanto el cuerpo principal como el remate troncocónico: un reticulado formado por pequeñas pirámides de piedra volcánica clavadas en la masa del mortero aún fresca, dejando visible al exterior sólo su base, que aparece dispuesta en forma de tombo; la sucesión de estas pirámides confiere a la superficie un aspecto de tablero reticular que le da el nombre de opus reticulatum con que se designa esta técnica. En este caso concreto, los ángulos del cuerpo principal estaban formados por una hilera de piedras escuadradas que terminaban en ángulo para adaptarse al reticulatum. En la cara principal, un marco de piedras de este mismo tipo rodeaba una inscripción funeraria que aún hoy se conserva, aunque muy deteriorada, en la que todavía se advierten rasgos suficientes como para confirmar la mención de un Titus Didius de la tribu Cornelia, que debía ser la persona para la que se construyó el monumento.
La torre de Cartagena resulta anómala en el conjunto de edificios funerarios romanos. Su cuerpo principal presenta considerables similitudes con algunos de los monumentos funerarios en forma de altar, pero su relación con uno superior, cónico rematado en una semiesfera o, más posiblemente, en una piña, sólo encuentra lejanos paralelos en el centro de Italia durante los últimos siglos de la República, entre los cipos de algunas necrópolis etruscas y, especialmente, entre los betilos sobre podio cubiertos con una red que se reproducen en algunas urnas volterranas; en arquitectura monumental, lo más próximo es el edificio llamado de los Horacios y de los Curiacios, cerca de Arezzo, compuesto por varios cuerpos de tipo similar. Muy importante es también el hecho de que la técnica constructiva sea el opus reticulatum, poco frecuente fuera de Italia, casi siempre de época tardorrepublicana o augustea y en relación con personas vinculadas a la Italia central o a la Campania o con actividades del ejército o de la propia casa imperial. Su cronología correspondería al siglo I a. C., siendo, como más moderno, de época augustea.
Pero mucho más frecuentes son otros tipos de torres funerarias, algo más tardías, que abundan especialmente en el litoral mediterráneo español. Dos de los mejores ejemplos, que también hemos estudiado personalmente, son los de Daimuz y Villajoyosa, en las provincias de Valencia y Alicante, respectivamente. Ambos son bastante similares, aunque el primero resulta más lujoso que el segundo, y se conocen desde antiguo, gracias a los dibujos del siglo XVIII del ilustrado valenciano Antonio de Valcárcel, conde de Lumiares, y del viajero francés Alejandro de Laborde.
El monumento de Villajoyosa, que hoy se encuentra adosado al edificio social del camping Sertorio, en las afueras de la población, conserva un basamento de cuatro gradas y un cuerpo central, separados por una moldura; las esquinas presentan pilastras lisas, labradas en los mismos sillares de la pared; carecen de capitel, aunque debió pertenecerles uno que se encuentra hoy en las proximidades del monumento; es éste de orden corintio y aparece, como las demás partes del monumento, sin terminar de labrar; también debieron corresponder en su día a este monumento varios sillares moldurados visibles en las cercanías y que hemos identificado como partes de su arquitrabe y cornisa. El monumento era hueco, y estaba formado por una cámara cubierta por una poderosa bóveda de medio cañón cuyo arranque lo constituían los propios sillares de las paredes. No existía subdivisión interna alguna en esta cámara, ni tampoco entrada a la misma, ya que la que actualmente se conoce debe ser consecuencia de la rotura de un sillar hecha con posterioridad, posiblemente, y a juzgar por los materiales aparecidos en el interior del monumento, durante la Edad Media. La única comunicación original con el exterior era un pequeño orificio abierto en uno de sus lados, que debía servir para recibir las libaciones desde el exterior, ya que la forma en que está labrado, con una marcada inclinación hacia el interior, así permite atestiguarlo. No se ha conservado vestigio alguno de la cubrición, aunque suponemos, dado el elevado número de paralelos que se conocen, que pudo ser una pequeña pirámide, elemento de honda tradición funeraria desde su empleo en el Antiguo Egipto. Pirámides de lados rectos, o de lados curvos, resultan bastante frecuentes como coronamiento de edificios funerarios en todo el mundo antiguo.
El monumento de Daimuz era muy similar al de Villajoyosa, aunque más complejo. Se conservó en bastante buen estado hasta principios del siglo XX, cuando fue desmontado para evitar las visitas de aquellos que acudían a contemplarlo, y sus sillares se reutilizaron en las construcciones de las casas próximas. Se componía de un basamento de hormigón y de una zapata de sillería, sobre la que se alzaba un basamento cuadrangular sin escalones, también de sillería. El cuerpo principal era similar al de Villajoyosa, aunque tenía las pilastras de sus ángulos estriadas y los capiteles corintios completamente labrados; en la cara principal se abría una pequeña seudoedícula, una especie de nicho de escasa profundidad, flanqueada por dos pilastras similares a las de las esquinas, sobre un basamento común en el que se leía la inscripción "Baebia Quieta ex testamento suo", esto es, el nombre de la difunta -Baebia Quieta-y el motivo por el que se construyó: una disposición testamentaria suya. Es posible que en el interior de esta pequeña hornacina, que carecía de fondo para albergar una estatua, se dispusiera un relieve en estuco o una pintura, como sabemos que ocurría, por ejemplo, en la Torre de los Escipiones de Tarragona. También en este caso el interior era hueco, formado por un solo vano cubierto con una bóveda de medio cañón, todo lo cual ha desaparecido en la actualidad.
Estos monumentos se incluyen en un grupo relativamente amplio de edificios similares que encontramos en muchos lugares del Imperio Romano. En la Península Ibérica podemos citar como más famoso el denominado Torre de los Escipiones de Tarragona, por la falsa creencia de que las dos figuras que adornan la fachada principal son las representaciones de los dos Escipiones muertos durante la Segunda Guerra Púnica, pero que en realidad corresponden a sendas representaciones de Atis, la divinidad funeraria oriental también aparece en la tumba del Elefante de la necrópolis de Carmona. Este es uno de los monumentos turriformes mejor conservados, y ha sido también objeto de un estudio concienzudo de Hauschild, Niemeyer y Mariner. Se trata de un edificio de varios pisos, con un basamento inferior cuadrangular, sin gradas, un cuerpo principal en una de cuyas caras, precisamente aquella que daba a la vía romana que abandonaba Tarraco, se alzan, sobre sendos pedestales, los altorrelieves de Atis a los que ya hemos hecho referencia, que sirven de soporte a una cartela con la inscripción, hoy casi totalmente perdida; un cuerpo superior, separado del anterior por una moldura, presenta en varias de sus caras nichos muy poco profundos en algunos de los cuales aún se vislumbran relieves figurados; en el de la fachada principal, precisamente aquella donde también se encuentran las figuras de Atis, se identifican dos figuras, un hombre y una mujer, que debieron en su momento estar completadas con estuco o con pintura. Tampoco en este caso se conoce la cubrición del edificio, aunque con buen criterio los autores han supuesto que se trata de una pequeña pirámide.
Monumentos turriformes son también la Torre del Breny de Barcelona, las de Villablareix en Barcelona, Iglesuela del Cid en Teruel y Basilipo en Sevilla, entre otras varias. Es un tipo que se extiende, con algunas variantes, por casi todas las provincias del Imperio, desde Asia Menor hasta el Norte de Africa, aunque con algunas características propias en cada lugar. Del estudio de sus aspectos más significativos: fachada exterior y cámara interna especialmente, pero también de otros no menos importantes, como la forma del podium, los elementos decorativos y ornamentales, etc., deducimos que al menos los edificios de Daimuz y Villajoyosa fueron realizados por el mismo taller y pudieron tener una cierta relación con monumentos similares del Norte de Africa.